La tuba es un instrumento que, en general, más bien te elige
a ti. En las bandas, a los niños más grandes, o a los que “no pueden tocar otro
instrumento”, se les intenta convencer para que toquen la tuba. El rechazo de
los padres es casi siempre general, pues no se resignan con ver a su niño
“cargado con eso toda la vida”, pero la constancia y la necesidad de los
directores, consiguen convencer, tanto a los niños (a veces fácilmente), como a
los padres (algo bastante más complicado).
Este no fue mi caso. Siempre me ha interesado mucho menos el
aspecto físico que el interior de las personas, y esto también se podría
aplicar a mi historia de amor con la tuba. Dentro de ella se esconde un montón
de melodías, ritmos y sonidos diversos, que hay que saber sacar con gran
esfuerzo a veces, o con delicadeza otras. Es un reto personal poder hacer
llegar tus sensaciones con un instrumento tan peculiar y poco conocido como es
este. Cuando en la Banda Primitiva de Lliria, donde empecé a estudiar, me
preguntaron qué instrumento quería tocar, yo respondí que uno de metal. Pero en
ese momento no estaban disponibles y me dieron un clarinete. Nunca lo estudié
más de dos minutos seguidos, porque entonces no me gustaba. Así estuve un año,
hasta que Francisco Ramos Rioja (mi primer profesor) me dijo que si quería
tocar el bombardino. Inmediatamente dije que si y lo empecé a soplar con muchas
ganas. Pero a los tres meses, le dije que para tocar ese instrumento, que no
era ni muy grande ni muy pequeño, prefería tocar la tuba. Creo que fue la
primera vez en su vida que alguien le decía eso. Yo pienso que tiene algo que
ver la genética, pues mi bisabuelo por parte materna, Salvador Navarro Brell,
tocó la tuba como aficionado en la misma banda en la que yo empecé, y uno de
sus nietos, Salvador Navarro Más, es en la actualidad tuba de la Banda
Municipal de Barcelona. Por lo tanto, pienso, que no de la misma manera que a
otros, pero, en definitiva, también la tuba me eligió a mí.
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